Me llaman desde el banco para ofrecerme un seguro de coche con ellos. Me aseguran que me saldrá más barato que el que tengo actualmente en una compañía del sector y que, incluso, aumentarán la cobertura. Sólo debo acudir a la sucursal en horario de mañana y allí me harán todos los cálculos. Veré entonces la bicoca que me ofrecen por ser un buen cliente. Al oír estas palabras me entra la risa y me disculpo con la moza que me habla como si me conociera de toda la vida. Un tono de voz algo más susurrante y parecería que pretende concertar una cita a ciegas conmigo. Pero una vez repuesto de palabras tan seductoras le contesto educadamente: mire, señorita, qué pena que no me llame el presidente del banco o el director de la sucursal para decirle que se meta la oferta por donde le quepa, pero como me llama usted y seguro que lo hace con una pistola en el cogote, le diré que no acepto la oferta, sencillamente porque a un banco sólo le pido que haga de banco y no de compañía de seguros, vendedor de relojes o cualquier otra cosa. Yo esperaría de ustedes una subida de los tipos de interés de mis depósitos o una bajada de las comisiones o recibir un pronto trato en la sucursal caso de haber más personal atendiendo al público. Eso es lo que yo espero y quiero de su banco y no lo de hacerle la competencia a una seguradora de coches. Zapatero a tus zapatos, que dijo el clásico. Gracias por haberme atendido, dijo la moza, a lo que respondí, lo mismo me gustaría decir de su banco cuando acudo a la sucursal y tengo que estar una hora haciendo cola en la ventanilla.
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