No sé si habrá un país más aburrido que Suiza pese a que alberga el mayor número de visitantes golfos por metro cuadrado. Visitantes que acuden al país cantonal a colocar en sus bancos un montón de pasta evadida de su lugar de origen para que allí se la guarden a precio de oro. (Sí, también el dinerín llega sin necesidad de presencia física de los evasores, pero la ventaja de ésta es que permite –de paso- esquiar y comprar un buen reloj a la querida). En esto de recibir dinero ajeno, ilegal, manchado de indecencia y hasta sangre, en Suiza no hacen asco alguno. Todo por la pasta. De algo tenemos que vivir: las vacas y el esquí no dan para tanto nivel de vida.
En cambio, si quien quiere circular por nuestras calles es el personal extranjero que busca aquí un puestecillo de trabajo con el que ganarse dignamente la vida y que no tiene en su país de origen, aunque sea un ciudadano europeo como nosotros, entonces “stop”, alto ahí, ¿a dónde vas, pringao?
Desde el pasado abril Suiza tiene limitada la entrada a trabajadores de ocho países europeos de la antigua órbita soviética, pero ya se está planteando extenderla también a emigrantes procedentes del sur de Europa, como España, Italia o Portugal. Y la Unión de Especuladores (UE), con la que tienen los suizos establecidos diversos convenios, mirando mientras tanto hacia la Meca. Hasta que no se produzca un boicot político y económico a Suiza no empezará a cambiar tanta tomadura de pelo y tanto consentimiento hacia un país que no tiene media torta por mucho que en sus bancos albergue millonadas de pasta de miles de defraudadores y ricachones ajenos. A esos sí que los recibirá siempre con los brazos bien abiertos.
