Desde que ganó las elecciones Rajoy -el actual presidente del gobierno central- ha venido haciendo casi todo lo contrario de lo que había propuesto. Se ampara, para ello, en que "el país estaba peor de lo que esperábamos”. Dicho en roman paladino: no se había enterado de nada en los ocho años de oposición a Zapatero o, si se había enterado, no tuvo bemoles para decir a los españolitos lo que luego se ha dedicado a hacer una vez le otorgaron la vara de mando. No extrañe, por tanto, que hasta en temas aparentemente menores también actúe con el paso cambiado. Por eso Rajoy no acudió recientemente al funeral del militar muerto en Afganistán pese a no tener ningún otro acto previsto y, en cambio, días más tarde, se fue al entrenamiento de la selección española de balonmano para felicitar en persona a los jugadores por su buena marcha en el Mundial. Cuestión también de bemoles o, algo peor, que para Rajoy se defiende mejor a España corriendo en una cancha deportiva que desactivando bombas en un remoto país donde nada se nos ha perdido aunque él venda que sí. Obras son amores, que dijo el clásico, pero al gallego bailón (que parece que a eso se dedica, entre recorte y recorte a las clases media y baja) parece que su imagen de persona con cierta sensibilidad social, visto lo que viene haciendo, se la trae al pairo. Como todos los presidentes de la democracia reciente acabará fatal, con la diferencia respecto a los otros que él no ha tenido ni siquiera unos buenos inicios y que ha mentido más que ninguno. Está haciendo méritos para ser el peor presidente reciente tras el infumable Zapatero. Todo es digno de empeorarse, que dijo otro clásico.
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