13 noviembre 2012

0 MADRID ARENA: LA TORMENTA PERFECTA

Meta usted en el mismo saco los siguientes ingredientes: una infraestructura no válida para eventos alocados como una larga y multitudinaria noche de parranda; una afluencia borreguil de miles de jovenzuelos ávidos –en una minoría bastante mayoritaria- de llevarse a la boca todo tipo de delicatesen (alcohol, algo de droga y otras hierbas); una empresa organizadora más preparada para fabricar chorizos que para brindar diversión a los jóvenes; una empresa de seguridad bastante insegura encargada de no se sabe qué; unos políticos municipales expertos en chapuzas, amigachos y corruptelas. Mézclese todo eso a altas horas de la noche, rebásese el aforo del local-recipiente, auméntese con otros cuantos miles de jóvenes botelloneros que andaban también por allí gracias al Ayuntamiento benefactor (un joven bebedor y gregario siempre será menos peligroso que un joven indignado y con pancarta mentándote a toda tu parentela) y… hágase la luz: tres chicas muertas y dos en camino. 

Entonces, a la luz del día y de la indignación ajena, los actores de la tragedia empiezan a actuar como reza la canción: “Yo no fui”. “Entonces, ¿quién?” “Fue…” Entonces resulta que los jovenzuelos acudieron al gran evento a jugar al parchís y la oca y no a emporrarse de todo lo emporrable hasta perder el sentido común, que es el sentido más preciado en situaciones de emergencia real o ficticia. La empresa encargada del tinglado sólo pasaba por allí por culpa de un concurso disfrazado de asignación a dedo que corría a cargo del Ayuntamiento y, claro, ella no iba a renunciar a ganarse unos eurines en estos tiempos de crisis por un quítame allá esas pajas. Los seguratas que estaban por la zona eran unos mandados don nadies que sólo estaban para vigilar el perímetro del recinto, haciendo bulto subcontratado. Y los politicastros encargados de la cosa, bueno, estos simplemente es que son unos irresponsables, es decir, que ellos nunca tienen responsabilidad alguna. Ellos sólo están en el carguete para cobrar a fin de mes y llevárselo calentito. 

Al final, los encargados de explicar esta tormenta perfecta (que no se produce más veces porque Dios es bueno y misericordioso) serán los jueces. Dentro de diez o quince años sabremos a quiénes les echan el mochuelo o, quien sabe, lo mismo ni hay mochuelo. ¿Quién se va a acordar entonces de lo que pasó hace tanto tiempo? Para dentro de esa enormidad de tiempo todos calvos, claro, pero la justicia española –una vez más- habrá cumplido con su santo deber: llegar tarde y mal a todas partes. Será el colofón perfecto de un desastre político, empresarial, social y moral que se viene repitiendo en este país tan maravilloso desde hace décadas con el asentimiento expreso de la inmensa mayoría del personal (jóvenes, familias, autoridades…) y el negociete suculento y consentido de una minoría (empresas de ocio, de seguridad, de restauración, etc). Cada fin de semana, unas veces a lo grande con eventos como el Madrid Arena, otras en plan de modesto botellón en plena calle (para alegría de los vecinos, pobres parias que no entienden que la juventud tiene derecho a divertirse y que la calle es de todos, sobre todo de madrugada), la tragedia está en un tris de producirse, sólo que nunca ha llegado a tanto como en el Madrid Arena. Y es que a partir de tres o cuatro muertos la cosa ya es grave (uno a uno apenas tiene importancia) y si se producen en la capital de las Expañas, centro del mundo mundial donde están las telecacas y la prensa más influyente, entonces el altavoz mediático empieza a rasgarse las vestiduras como si la noticia fuese algo ajeno a la realidad de cada fin de semana. Luego, tras varios días de altísimos decibelios la cosa se calma porque llega el siguiente fin de semana y hay que dedicarse a glosar las gestas de los gladiadores de la mejor liga del fútbol planetario que es en lo único en que todos estamos de acuerdo. 

Burros, más que burros… 

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