Leo que el proetarra y embustero alcalde de San Sebastián ha manifestado que no habrá más corridas de toros en su ciudad (porque la ciudad es “suya”, claro) dado que “su” equipo de gobierno considera que “el sufrimiento animal no debe convertirse en espectáculo público” y que, como no lo comparte, pues sanseacabó, el que quiera ver toros que emigre. Hasta aquí todo normal. Vivimos en un país de países donde cualquier tonto del culo (y tonta de la cula) llega a la cima del gobierneo y se cree con derecho a imponer su santa voluntad, aún en los temas más peregrinos, cual si esto fuera una república bananera. (El señorito representa, con sus 8 concejales sobre los 27 de la corporación, un 24,29% de los votos válidos de la ciudad). Y como la ciudadanía está más preocupada por la Liga o por no verse en el arroyo, en vez de salir tras esta gentuza politiqueril y tirarla al pilón, pues eso, que ahí sigue tan ufana la susodicha ciscándose en todos los que no forman parte de su parentela.
Encima, en algunos lugares, los que gobiernan tienen manchadas las manos de sangre, las propias o manos amigas. De modo que hay que contener mucho las teclas para no llamar por su nombre cabal al alcalde de San Sebastián y su cuadrilla de gobierno, no porque quieran prohibir las corridas de toros en “su” ciudad de manera tan unilateral y caprichosa, sino porque con ellos viaja y ha viajado un grupo terrorista con casi mil asesinatos a sus espaldas. Se ve que para estos tiparracos la sangre derramada por un toro bravo en una plaza les causa más impacto emocional que la de un ser humano. ¡Mal rayo los parta!
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