No hay números de tres cifras para contabilizar el cúmulo de huelgas, paros y retrasos horarios que acumula Renfe en los largos años que el Puñetas lleva sufriéndola como cliente (masoquista-obligatorio), ante la nula posibilidad de poder irse a la competencia por la sencilla razón de que ésta no existe. Y no sé cuantas de esas huelgas y paros llevan realizando los ferroviarios de Renfe a cuenta de una privatización parcial o total de Renfe... que nunca llega.
Por las manos rectoras y directivas de la Compañía ferroviaria ha pasado toda una patulea de gente dedicada más a cobrar del erario público sabrosones sueldos y dietas que a hacer de Renfe una compañía de la que sentirnos orgullosísimos todos los españoles. ¡Para qué, si no tiene rivales! Más de un directivo debería haber pisado la cárcel por mearse continuadamente en los clientes. El problema es que también han seguido la misma política mingitoria numerosos trabajadores, de ahí las frecuentes huelgas y paros que llevan protagonizados, motivos justificados o espurios al margen. Una compañía monopolista que no respeta a quienes les da de comer (los usuarios con sus billetes y los españoles con sus impuestos, pues es deficitaria a más no poder) debería pensárselo dos veces antes de la meada habitual al cliente, pero se ve que no.
Lo último, en el día de hoy en que un nuevo paro ha afectado a las vías del monopolio, ha sido ese heroico maquinista del tren A Coruña-Barcelona que se apeó en León para iniciar la huelga, dejando a los viajeros con un palmo de narices hasta que Renfe envió otro maquinista al cabo de tres horas. Total, un viaje que suele durar casi 15 horas (señal de que parte del ferrocarril todavía está en la Edad Media) aumentó su metraje otras tres horas más. Si a estas alturas del soponcio el maquinista no ha sido despedido fulminantemente es que en Renfe algo huele a podrido y desde luego no son los usuarios, pese a que frecuentemente van meados y bien meados. Y no por su culpa, precisamente.
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