26 febrero 2013

0 NUEVAMENTE CON LA MALETA A CUESTAS


Una cosa es que el personal se vaya a trabajar al extranjero para satisfacer mejores expectativas de realización profesional, mejorar su nivel de vida o necesitar vivir nuevas experiencias, y otra que la salida se deba a la imperiosa necesidad de no acabar hundido en la miseria laboral, la depresión psicológica o el más absoluto de los abandonos sociales. Desgraciadamente no es un asunto que concierna sólo a los jóvenes de este país –también hay gente de 40 y 50 años que se está largando- pero sí es gravísimo que este expolio personal y profesional se cebe con quienes deben tomar el relevo. 

Somos un país que ya ha vivido varias diásporas laborales (dejemos a un lado las políticas) pero sorprende la dureza de esta última: se están yendo los sectores más formados de nuestra sociedad. Eso apenas había ocurrido en las anteriores, en que exportábamos una mano de obra barata (así se escribía en la época, como si las personas fueran animales o cosas) que dejaba aquí al resto de la familia, y que favorecía la remesa de divisas. Ahora huyen jóvenes muy cualificados con la idea probable de no regresar en mucho tiempo (o nunca) y, evidentemente, con la intención de no remitir ni un puñetero euro salvo caso de extrema necesidad de los que aquí se quedan. 


La pena es que entre estos miles y miles de jóvenes y de gente madura no se encuentren cientos y cientos de los politicastros, empresarios, golfos e inútiles que han colaborado a que esta situación social se manifieste ahora con tamaña crudeza. Una pena –también- tener que volver a revitalizar emocionalmente aquellas viejas canciones en pleno franquismo que hablaban, con los valores de aquel casposo tiempo, de “rosarios”, “estandartes”, “novias “ y “vírgenes”. En cualquier caso, canciones que arrancaban lágrimas, nostalgias y nobles sentimientos. 


Más tarde, ya en con la presunta democracia, gentes tan íntegras como Carlos Cano o Jose Antonio Labordeta contaron también aquella historia de la emigración (a la que habría que añadir la interior, también muy dura), de gentes procedentes del campo y casi analfabetas, que se iban para Alemania “con una maleta llena de miedo, pero también de ilusión y ganas de trabajar” o para Cataluña y el País Vasco, donde muchos de ellos acabarían echando raíces definitivamente. Ahora los nietos del Salustiano de Carlos Cano también se largan para Alemania aunque en avión y con estudios universitarios pero, probablemente, con mucha mayor indignación que sus abuelos, viendo cómo volvemos a las andadas (“esta es una albada guerrera que lucha porque regresen los que dejaron su tierra” —cantaba ingenuamente Labordeta) porque no aprendimos nada de aquellos tiempos, pues a los viejos y decadentes dictadores les han salido cachorros muy demócratas, unos progres, otros conservadores, pero que han sido y son –en las cosas del comer ajeno- tan inútiles como aquellos. (Yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola / a esos gachós trajeaos que viven de na / que lo roban, lo roban, /con cuatro palabritas finas lo roban - Carlos Cano dixit).



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