22 febrero 2013

2 LA TIZA Y LA PIZARRA

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A Luis Miguel Fuentes hay que leerle con tranquilidad, saboreando las palabras, que es con lo que juega para enganchar al lector. Uno se queda atrapado en su magia y a veces cuesta salir de la forma para irse al fondo. Un fondo con multitud de matices, un batiburrillo que te hace pensar que el escritor es una batidora a la que le dan vueltan muchas ideas buscando el milagro de encontrar aquella que más le defina. Al final, casi en la última frase, a veces la encuentra. Y cuando no, ¿para qué estás tú, lector, sino para sacar tus propias conclusiones?
A mí me enseñaron con una tiza que olía a talco, con un compás que era un hilo, con una pizarra que llamaban encerado, con un borrador que acumulaba un polvo legendario y sabio como el de una tumba egipcia. ¿Qué hace falta para enseñar bien? Los pitagóricos hacían sus cuentas con piedrecillas (cálculos) y la Academia de Platón apenas era un picnic en un olivar, pero no sé qué pasa aquí que sale tan caro, tan duro, tan imposible un maestro con su pizarra. Yo tenía ese maestro despeinado o esa maestra dulce y de la pizarra salían conjugaciones, dicotiledóneas, fracciones o toda la Casa de Austria con gorguera, pero no sentía yo allí burocracias ni ideologías ni política, que no rimaban con nada en la clase. Luego, en el instituto, las matemáticas se hicieron marabunta, los exámenes se perseguían en moto y yo ya tenía calculadora con los ochos más verdes que hayan existido nunca, pero seguía estando el profesor, la clase mojada de los paraguas y de las lecciones, y esa pizarra para llenar como una cueva interminable. Todo parecía sencillísimo. La historia y la matemática eran las que eran, los trilobites seguían acostados sobre su radiografía eterna, y los poetas, muertos de hambre en sus arpas. Y el profesor te aprobaba o te cateaba con una marca de mosquetero en rojo. No podía imaginar entonces que hicieran falta legiones, chupatintas, ciudadelas, augures, jurisperitos, capitanejos, ideólogos y fueros detrás de un profesor y su pizarra. Por eso nunca entendí las huelgas de estudiantes, ese raro sindicato que venía a mi clase como a proponer sólo desconchones. Y si me iba al patio, no era en busca de una bandera, sino de un banco o de una muchacha con chubasquero y ojos de alumbre.


No hace falta tanto para enseñar bien. Ni siquiera tanto dinero. Pero una aciaga generación de imbéciles de la pedagogía ha llenado de escombros y perifollos las pizarras y los bolsillos de los profesores. Y políticos o politizados igual de aciagos han querido meter ideología y enchufados de su casta en esa sencillez como molinera de las aulas. Eso cuando no han pretendido convertirlo todo en una guerra sobre si se ponen o se quitan curas o falditas. La huelga en la Universidad la entiendo. Si ahora hay que ser rico o un genio para poder hacer una carrera, está claro que, a falta de genios, las élites serán otra vez los niños de papá. Pero en Secundaria sigue habiendo mucho de esa ideología de los desconchones, la de esos mismos que venían a mi clase queriendo hacer estalinismo con la selectividad. ¿Recortes? Por supuesto. Que recorten todo lo que sobra hasta que queden ese profesor que habla de Kepler o de Parménides, esa tiza que deja restos como de pan, esa pizarra como la parte de atrás de todo lo que existe, esa ciencia sin bando, esos libros con el plástico de las tardes, esos hijos del obrero o del farmacéutico tras la misma ventana. En la antigüedad, bastaban un maestro en un pórtico o en una estera y alumnos con tablillas. Y ganas de enseñar y aprender.
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2 comentarios:

Luis Miguel Fuentes dijo...

Bonita introducción. Un saludo.

Juan Puñetas dijo...

Gracias. Siga escribiendo tan estupendamente como lo hace y cuidadín con los tipos de la Junta y Canal Sú que seguro que se la tienen jurada, los muy muy...

MEJORANDO LO PRESENTE

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